Por: Luisa Fernanda Parrado M.
Reinaldo Rueda. Voy a empezar por su nombre para aludir las fallas comunicativas que golpean fuertemente al fútbol latinoamericano en la que pase a ser una de las épocas más duras para ver rodar el balón.
No es posible que luego de cuatro meses de trabajo, el cuerpo técnico de la Selección Colombia caiga en errores innecesarios que sometan los comentarios de la opinión pública y obligue a comunicados de prensa que terminan repercutiendo en un despropósito total cada uno de los pasos del combinado tricolor. Así como para nadie es un secreto el estado físico en el que venía James Rodríguez, tampoco lo es el tema de protocolos a nivel mundial que cada país exige para la salida o entrada de personas; cosa que deberían cerciorar el grupo seleccionador antes de ilusionar con una lista de convocados para después volverse foco mediático con sus desconvocatorias, en lugar de hablarse del estado físico del plantel; fútbol, que es a la final lo que nos reúne a todos. No es posible excusarse en que es algo ajeno a la Federación, porque es obligatorio que esta misma sepa informarse y, así, saber elegir.
Creo así que el problema e incomodidad inicia desde el punto en que se otorga públicamente algo que luego será quitado, ¿o a quién le gustó cuando le arrebatan de semejante manera la corona a nuestra Miss Universo de 4 minutos? Fea forma de empezar lazos afectivos por parte del profe.
Siguiente a esto, aunque no conozco la realidad de fondo entre la relación James-Rueda; también debió pensarse dos veces antes de su publicación el hecho de que nuestro ’10’ colombiano emitiera un comunicado de prensa que bien o mal terminó generando una total división, controversia e incongruencia en el ambiente futbolero que ya bastante aporreado está mediáticamente.
Hoy la Conmebol, que nada sabe de filtros y formas de comunicar, anuncia que en 15 días se realizará una improvisada Copa América en el país que peor manejo le ha dado a la pandemia. Brasil debería ser sincero al contar que esto aparte de ser una inyección económica, es también la posibilidad de adquirir muchas más vacunas y acceso a inmunización por medio del turismo del fútbol.
En realidad, no es tan alocada -aunque sí oportunista- la idea de querer ser anfitrión del campeonato más antiguo del balompié. Esta última frase siendo la única posible para vender lo invendible: la realización de una competición deportiva en los países del tercer mundo, hundidos en el Covid, la desilgualdad y la corrupción.
El técnico de la selección Colombia hacía énfasis en la rueda de prensa sobre lo sensible que resultaría contar con jugadores sociológicamente en conflicto para referirse a Sebastián Villa; uno más en la lista de positivos para escandalosos de nuestro plantel de futbolistas. Créanme de la conciencia personal que tengo sobre la vida privada de cada persona, aún más de las expuestas a la opinión de miles de seres humanos; pero no es posible que de una desbordada fiesta donde todos sin distinción nacional son indisciplinados, sean justo los colombianos quienes protagonizan escenas triple X y totalmente salidas de tono. Una vez más la psicología y formación deportiva de nuestro país brilla por su ausencia.
El fútbol hoy no tiene punto de defensa por donde lo mire, aunque algunos sí deberían observar que es una disciplina que, así como las otras, le da de comer a muchas familias y es el trabajo de infinitas personas. A veces me cuesta entender por qué le dan tan duro al deporte más querido por todos, si la misma alegría que se siente ver a Egan con la rosada, la sentimos los futboleros cuando la selección y el equipo de nuestros amores gana.
Colombia volvió a clasificar a un mundial en momentos en que el país estaba totalmente unido hacia una causa. No deberían ver el fútbol como un enemigo de esta lucha, sino un motivo que visibiliza y muchas veces nos ha hecho entender que, aunque el otro es diferente a mí, puede sentir las mismas pasiones.
La imagen y la palabra en el nuevo mundo ahora son más mortales que las balas; por lo tanto, deberían de pensarse más antes de dispararse a una red que todo lo replica por instinto y nada lo recibe con objetividad.